Comenzamos un año nuevo, con la bendición que Dios desea hacer llegar a nuestras familias y comunidades, a nuestros niños y jóvenes, a todos los padres y educadores, a los que encontramos en la oración del corazón una fortaleza para dar respuesta a los desafíos de cada día:
El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti,
te conceda su favor.
El Señor te muestre su rostro
y te conceda la paz. (Nm 6, 23-26)
Jesús nos revela el corazón y el rostro del Padre. Ver a Dios es la alegría del corazón. Cuando leemos detenidamente el Evangelio y nos fijamos en los gestos tan humanos de Jesús, entonces nuestro interior se llena de la luz de Dios y renace la esperanza.
La Madre de Jesús y de cada uno de nosotros, nos guía y acompaña en el camino de conocer y amar a Jesús. En este año que comenzamos, Santa María nos entrega la paz, la bendición del Padre en Jesús.
Dejemos que la paz de Dios llene nuestro corazón. Atendamos a nuestra respiración, nos acallamos por dentro. Guardamos un breve silencio. El Nombre de Jesús, aún cuando nos distraigan múltiples voces, nos recoge en el interior:
Ven, Señor Jesús… Ven, Señor Jesús
Tu rostro buscaré, Señor…
No me escondas tu rostro…
CANTO: Ofrecimiento a Jesús.
Jesús, Hijo de María, me entrego a Ti, acógeme.
Hoy es un día para dar gracias y entrar en el año nuevo de la mano de María. Si dejamos que la bondad y belleza de este día alcance nuestro corazón, surgen sentimientos y actitudes que regeneran nuestro interior. Os sugerimos:
En primer lugar, el 1 de enero relega al pasado todo lo que hemos vivido durante el año 2021. Han sido muchas las situaciones, circunstancias, vivencias que han tocado la vida, el corazón. En unas ocasiones, habremos sentido la alegría y confianza de experiencias que fueron expresión de bendición: el nacimiento de un nuevo hijo, el éxito en las tareas, la curación de una enfermedad…; en otras ocasiones, la tristeza y decepción habrán herido el corazón: el contagio de la pandemia, las restricciones en la vida social, e incluso la pérdida de algún ser querido…
En este primer día del año, al mirar todo lo vivido, en el alma orante surge una actitud de ofrenda y agradecimiento, porque lo próspero encontró su inspiración en la bendición de Dios, y lo adverso ayudó, aun sin comprender, a madurar nuestra adhesión a Él, en ese anhelo, expresado por san José de Calasanz en sus Constituciones (n.23): “manténgase unido a Cristo el Señor, deseoso de vivir sólo para Él y de agradarle sólo a Él”. Intención que alcanza su plenitud en cada Eucaristía, cuando el sacerdote, con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, redención de nuestra humanidad, elevado entre sus humildes manos, exclama:
Por Cristo, con Él y en Él,
a Ti Dios Padre omnipotente,
en la unidad del espíritu Santo
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos.
Y todos nosotros, cantamos en una entrega de corazón a Dios: AMEN.
En segundo lugar, la Iglesia celebra hoy la Jornada Mundial de la Paz. Son muchos los conflictos bélicos entre los pueblos, las vejaciones y humillaciones de los indefensos, las desavenencias en la vida social y familiar: la codicia, la ambición, el ansia de reconocimiento que corroe el corazón de los soberbios y engreídos, que se apropian de los niños, los pobres, los enfermos, “los despreciables” como si de objetos se trataran.
Cuando educamos a los niños en la oración del corazón, la paz es uno de sus frutos más apreciados. Invocar a Jesús, acoger su compañía, dejar que su Palabra toque nuestro corazón suscita una relación amistosa y amorosa con Jesús, que sana las relaciones personales y provoca mirar a cada persona como Dios la ve, con esa misma bondad y ternura del corazón del Padre.
María es la PAZ de Dios. En esos momentos de incertidumbre, tensiones y conflictos, Ella nos regala la paz. Cuando unos hermanos se enfadan entre ellos, su madre acude presurosa para restablecer la paz y la unidad a través del diálogo y el perdón. Así, Ella mira nuestros corazones y nuestras relaciones heridas y espera que le abramos el corazón para que nos susurre: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,4). Si escuchamos al Príncipe de la Paz, la ternura y el perdón nacerá en nuestros corazones.
En tercer lugar, hoy empezamos un nuevo año, pero lo hacemos de una forma especial: de la mano de la Madre de Dios y Madre nuestra. Dios eligió a la Madre de su Hijo, no por ser la persona más rica y poderosa, sino por su sencillez, su dulzura, su pureza de corazón, que cautivó el corazón de Dios. Darnos a su Madre fue el mejor regalo que pudo hacer a la humanidad.
El nacimiento de Cristo está iluminado en la Navidad por el corazón de María. Cuando nos sentamos en torno al Pesebre y nos fijamos en el Niño, la mirada se nos escapa hacia la Madre. Ver la ternura, la piedad, la bondad de María, ilumina el misterio de la Encarnación.
Entre las muchas actitudes que brillan en Santa María, destaca la que escuchamos hoy en el Evangelio: María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. (Lc 2,19). Por esta actitud, el primer día del año está bajo el amparo de María. Ella es la Virgen silenciosa, en escucha permanente de la Palabra eterna. María conserva en su corazón, rumia las palabras que vienen de Dios. En el silencio de la oración, las comprende y las encarna en su vida. En este comienzo del año, deseamos aprender esta actitud. María es maestra de aquellos que no quieren dejarse llevar de los primeros impulsos y emociones más superficiales, sino que buscan meditar, comprender, interpretar, contrastar las decisiones con la Palabra de Dios, con las inspiraciones que nos vienen en la oración, para que la Voluntad de Dios, su designio de amor para cada uno de nosotros, llene toda nuestra vida.
En este año, nosotros que somos “Pobres de la Madre de Dios”, queremos mirar a nuestra Madre, acudir a Ella, con “nuestra importunidad, pues Ella no se cansa nunca de nuestras importunidades, pero los hombres sí”, (EP 58) que nos dejó escrito san José de Calasanz, para que Ella sea una ESTRELLA que nos guíe en la noche, en la intemperie, en las incertidumbres que nos sorprenderán en este año, para que nos ilumine el camino hacia Cristo, la LUZ de los pueblos.
En la “escuela de María”, aprenderemos a entrar en la profundidad de nuestro ser, a interiorizar la fe hasta tal punto que sea inspiración de nuestras decisiones. Todo lo que nos espera este año ha sido previsto por Dios para nuestra salvación. Pongámoslo en manos de Aquella que se abandonó del todo a Dios, y alabémosle a Él por todo lo que nos espera. En su corazón ponemos todas nuestras intenciones, nuestras familias y comunidades.
Y ahora me acojo al silencio de María que guardaba y meditaba en su corazón. Es fácil inquietarse con nuestras palabras y actividades. Sin embargo, María vive en el silencio de Dios, que da la paz, la confianza. La invocamos:
María, mi Madre y mi Reina
Tú me cuidas como una Madre
y me proteges como una Reina.
Tú eres mi luz.
mi esperanza.
mi confianza.
Te ofrezco el año que comienza,
mis actividades,
mi familia.
Me ofrezco a Ti de todo corazón…
CANTO: María, Reina del cielo
María, Reina del cielo
mi luz y esperanza
me ofrezco a Ti.