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El camino del Adviento anuncia ya su final; encendemos ya el cuarto cirio de nuestra corona. El tiempo avanza y, casi sin darnos cuenta, estamos a las puertas de la Navidad.

En el Adviento, Dios nos regala la presencia y ayuda de María, la mujer buena y humilde que ha ofrecido el mejor fruto: su confianza y abandono total en Dios, vacía de sí misma, llena de gracia.

Durante estos días, hemos recorrido valles exuberantes y frondosos que serenan el alma; barrancos abruptos, difíciles de atravesar; montes elevados que nos aceleran el corazón. Pero en cada recodo del camino, María nos ha acompañado. En los momentos de descanso, Ella ha sido la humilde compañera de camino, que, desde su limpieza de corazón, nos ayuda a vernos por dentro. En las situaciones de dificultad, Ella ha sido la Madre bondadosa que nos ha dirigido sus ojos misericordiosos, y llevándonos de la mano nos mueve a seguir adelante.

María es la Virgen del Adviento, la Madre de la Esperanza, siempre presente en el camino de la vida, acompañándonos, guiándonos, mirándonos con su ternura, bondad y misericordia. Ella siempre viene. Abramos de par en par las puertas de nuestro corazón.

Invocamos la presencia de Jesús y María:

Ven, Señor Jesús… Ven, Señor Jesús…

Ven a visitarnos

Visita mi corazón…

Ven a mi casa…

Celebramos el último domingo de Adviento, día para prepararnos a la Navidad que ya llega, acogiendo a María que, movida por el Espíritu que la habita, está siempre en salida, hacia cada persona que espera al Redentor. Como fue a visitar a Isabel, viene a cada uno de nosotros, y nos muestra algunos caminos para prepararnos a la Navidad.

  1. La escucha.

María ha escuchado al ángel: “También tu pariente Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1, 36-37) Ella escucha con una atención, inspirada en el Espíritu: incorpora el mensaje de Dios, pero aún hay algo más hermoso, “intuye” en el embarazo de su anciana prima la acción de Dios: para Él, todo es posible. También nosotros escuchamos la Palabra de Dios, Él nos habla en los acontecimientos de la vida: llama a nuestra puerta, pone señales en nuestro camino. Pero ¿intuyo el significado de Dios en cada situación?

Silencio

Canto: Visitación.

María, Tú nos visitas, nos traes a Jesús, nos llenas con su gracia

María, mujer de la escucha, abre nuestros oídos;

haz que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las mil palabras de este mundo;

haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, en cada persona que encontramos, especialmente aquella que es pobre, necesitada, en dificultad. 

  1. La decisión y el discernimiento.

María no vive deprisa, preocupada por realizar muchas acciones en el menor tiempo posible. Ella no se dispersa en lo que hace. María pregunta, reflexiona, medita en su corazón, asume la mejor decisión, en elecciones fundamentales, cuando dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, pero también en decisiones más cotidianas, ricas de sentido: “María se levantó y se fue con prontitud…” (Lc 1,39)

En la vida, resulta exigente asumir la propia responsabilidad y decidir. Nos atrae la tentación de dejarla para otro momento, o preferimos que otros decidan por nosotros, o nos dejamos llevar por la opinión de la mayoría… o por la seguridad de la rutina, las personas de autoridad… Sabemos lo que tenemos que hacer, pero sentimos miedo. María decide con valentía, se pone en camino, marcha sola, sin José su esposo, en un camino arriesgado.

¿Integro la escucha de las inspiraciones de Dios, la reflexión de los acontecimientos, la decisión a veces arriesgada en las circunstancias de mi vida?

Silencio

Canto: Visitación.

María, Tú nos visitas, nos traes a Jesús, nos llenas con su gracia

María, mujer de discernimiento,

ilumina nuestra mente y nuestro corazón,

para que sepamos obedecer la Palabra de tu Hijo Jesús, sin titubeos;

danos el coraje de la decisión, firme, arriesgada, inspirada en Ti, sin dejarnos arrastrar por la influencia de los demás, confiando en la Promesa…

  1. El encuentro.

María llega a casa de Isabel. Su saludo trasmite la gracia del Espíritu. El pequeño salta de gozo en su seno e Isabel queda llena del Espíritu Santo. En el estupor y el asombro del encuentro, Isabel exclama: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? (Lc 1, 43) En su pregunta, intuimos la humildad de quien se siente desbordada, sobrepasada por la gratuidad del Misterio que viene y se encarna en personas de carne y hueso con sus virtudes y defectos.

¿Intuyes en las personas que te rodean una encarnación del Misterio de Dios?

Silencio

Canto: Visitación.

María, Tú nos visitas, nos traes a Jesús, nos llenas con su gracia

María, mujer del encuentro,

haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan “sin demora” hacia los otros,

para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús,

para llevar, como tú, la alegría del Evangelio.

  1. La fe.

“Dichosa, tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45), proclamó Isabel. María lleva la alegría, la paz de Dios porque ha creído al anuncio del ángel. La fe nace del encuentro vivo con Jesús, que nos revela su amor, un amor que nos precede y nos visita en cada Navidad, nos dice el Papa Francisco. Trasformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en Él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro. (Lumen Fidei 4)

¿Cómo es tu encuentro personal con Jesús? ¿Confías en Él?

Silencio

Canto: Visitación.

María, Tú nos visitas, nos traes a Jesús, nos llenas con su gracia

 

María, tú llevas a Jesús

en tu seno y tu corazón.

Gracias, porque tú vienes a mi,

me visitas, con el cariño de una madre,

me alegras el corazón,

y recibo tu bendición.

Yo también quiero escucharle con fe,

unirme a Él de todo corazón.

 

Gracias, María,

por tu fe,

porque tú te haces pequeña.