El Adviento es tiempo de silencio, tiempo para hacernos preguntas, tiempo para escuchar con sencillez y simplicidad. ¿Qué buscas? ¿Qué necesitas? Si dejas que hable tu interior, es fácil que te encuentres con la dificultad, las heridas y dolencias de la vida. Escúchalas y acógelas, sin temor. Allí, el Señor te espera, se acerca a tu vida, Él es quien te cura.
La oración mantiene encendida la lámpara del corazón. Cuando sientes que el entusiasmo se enfría, la oración lo revitaliza porque te despierta del sueño y te centra en Dios, en la escucha de su Palabra, nos dice el papa Francisco. No descuides la oración. Aunque haya mucho que hacer, reserva tiempo para Dios. En ocasiones, un simple deseo, una mirada al cielo, enciende la oración del corazón. Cuando te acuerdes, en el trabajo, en casa, en la actividad, en la calle repite: Ven, Señor Jesús”. Tú atención permanecerá vigilante. Le invocamos:
Ven, Señor Jesús… Ven, Señor Jesús…
A Ti, Señor. levanto mi alma…
Espero en Ti…
CANTO: Espíritu Santo, me vuelvo hacia ti, te llamo y te invoco, ven y habita en mi corazón.
El protagonista de esta semana es Juan, el Bautista. El autor sagrado nos refiere datos precisos: en el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea y Herodes tetrarca de Galilea… la Palabra de Dios fue dirigida a Juan en el desierto.
La historia personal y social es el tiempo y el espacio preciso donde Dios quiere encarnar su Palabra. Dios no es una idea, sino una persona que viene a nuestro encuentro. Dios comparte los acontecimientos de nuestras vidas y es ahí, en la vida, donde quiere ser esperanza en el desánimo y luz en la oscuridad del sin sentido.
En el silencio del desierto, Juan escucha la Palabra de Dios, que le trasforma y le empuja a un horizonte nuevo: “Voz que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”. Muchos se retiraban al desierto, para preparar un camino al Señor mediante el estudio de la Ley de Dios y su puesta en práctica. Sin embargo, Juan marcha a anunciar a las gentes un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. San José de Calasanz, en su encuentro con Dios, también aprendió el camino que lleva al paraíso: “Los caminos que tiene el Señor para conducir las almas al paraíso son todos santos y misteriosos, y todos son rectos con suma y paterna providencia” (EP 1565)
A veces, tienes muchas voces alrededor: los mensajes de móvil, la presión de la actividad, las personas que me exigen dedicación, las ansias de llegar a todo… Esas voces distraen la atención de lo esencial y te centran en lo accesorio.
Juan Bautista es una voz que grita para que la escuches, para que vivas este adviento de otra forma, preparando el corazón para la vigilancia, y dejar que tus aspiraciones más profundas emerjan, y puedas escuchar la voz de Dios en tu ser más profundo, porque el Mesías viene muy calladamente, casi sin hacer ruido. Los grandes de este mundo no escucharon su llanto, ni gozaron con su sonrisa. Por eso, como Juan, es necesario aprender a menguar, a hacernos pequeños, para que cuando el llegue a tu vida, en la oración, en las personas, en los acontecimientos… seas capaz de recibirlo y ofrecerle el amor de tu corazón. Él te invita a poner atención en la espera, olvidándote un poco de ti mismo, dejando que los deseos de ser más, de deslumbrar, de destacar dejen paso a la Verdad de Dios que “enaltece a los humildes y abaja a los soberbios”.
Juan Bautista nos llama a allanar el camino para que Cristo nazca en nuestras vidas. Y ¿cómo preparar este camino? Dejamos que la oración nos inspire.
- Que toda montaña y colina sea rebajada. En alguna ocasión, has subido una montaña. Exige esfuerzo, disciplina, habilidad. Cuando llegas a la cumbre, contemplas un paisaje admirable que nos recoge en la presencia de Dios. Desde arriba, ves también a todos los que, en el valle, en la ciudad están por debajo de ti. En la vida de cada día, es fácil mirar desde arriba a los que sientes más abajo: los niños, los pobres, los enfermos…
Adviento es tiempo para abajar tu ego, para acallar tus críticas… para silenciar prejuicios. Guarda silencio. Siente tu respiración:
Ven, Señor Jesús…
Jesús, abájame… Jesús, abájame…
CANTO: Dejándome mirar por ti.
Jesús estoy aquí, dejándome mirar por Ti.
Acallo mi corazón, para escuchar tu voz.
- Que se levanten los valles. En alguno de tus paseos en la Naturaleza, seguramente te has encontrado con valles frondosos, en los que detenerte a descansar, a dejar que la belleza de la creación te llene el corazón. En los valles, te admira la grandeza de las elevadas montañas. Fácilmente te sientes pequeño, impotente.
Adviento es tiempo para acercarte a los que están más abajo y mirar a los otros como si de gigantes se trataran. Deja que los pequeños te empapen de su alegría, confianza, mirada limpia, esperanza. Guarda silencio. Siente tu respiración. Llámale.
Ven, Señor Jesús…
Jesús, alégrame, …
Jesús, eleva mi esperanza, mi confianza…
CANTO: Dejándome mirar por ti.
Jesús estoy aquí, dejándome mirar por Ti.
Acallo mi corazón, para escuchar tu voz.
- Que se enderece lo torcido. En tus excursiones por el campo, es fácil dudar en un cruce de caminos y errar el camino recto. ¡Cuántas veces, hemos tenido que regresar y rehacer el camino equivocado!
Adviento es tiempo para preguntarte por las confusiones y dudas que te impiden seguir el camino de Dios: tus sentimientos negativos, tus reacciones ofensivas, tus miedos y tristezas. Guarda silencio. Siente tu respiración. Invócale:
Ven, Señor Jesús…
Jesús, guíame…
Jesús, acompáñame…
Jesús, ilumíname.
CANTO: Dejándome mirar por ti.
Jesús estoy aquí, dejándome mirar por Ti.
Acallo mi corazón, para escuchar tu voz.
Y oramos pausadamente esta oración de la liturgia del adviento:
Dios, rico en misericordia,
cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo,
no permitas que lo impidan los afanes terrenales,
para que, aprendiendo la sabiduría celestial,
podamos participar plenamente de su vida.
A María, la Madre de la esperanza, le invocamos
A tu amparo y protección,
Madre de Dios acudimos,
no desoigas nuestros ruegos,
y de todos los peligros,
Virgen gloriosa y bendita,
defiende siempre a tus hijos