Hoy celebramos la fiesta de la Virgen del Carmen. Día para dejarnos iluminar por la Estrella del Mar, que, en medio de las tempestades de la vida, nos conduce hasta Cristo, el puerto seguro de nuestra salvación.
Su nombre viene del monte Carmelo, en Israel. Está vinculado al profeta Elías, que vivió en la presencia de Dios y fue para el pueblo “testigo del Dios vivo”.
Leemos en la Palabra de Dios: “Elías subió a la cima del monte Carmelo, y se encorvó hacia la tierra, poniendo su rostro entre sus rodillas, hasta que su criado divisó una nube como la palma de un hombre que subía del mar. Poco a poco, las nubes y el viento oscurecieron el cielo hasta que se produjo una gran lluvia” (1 Re 18, 41-46).
En medio de las sequedades de nuestra vida, Dios nos ofrece a la Virgen del Carmen, como una pequeña nube, cuya protección con los años va creciendo, hasta que derrama en los corazones de sus hijos la lluvia fina de la gracia de Cristo, agua viva que se convertirá en “fuente de agua viva que brota para la vida eterna” (Jn 4, 14).
María, Hija de nuestro pueblo, hermana nuestra, transparenta la belleza de Dios. Quien mira a María, quien escucha sus palabras en el Evangelio, descubre un corazón moldeado por Dios, que se deja guiar por su Espíritu, en un amor purificado de todo mal deseo.
María nos lleva de la mano, como conducía a su Hijo Jesús. Ella nos adentra en las profundidades de nuestro interior. Allí, me encuentro con mis sentimientos, mi perplejidad, mis luces y sombras. Es la morada de Dios, de su Espíritu. Él es huésped del alma. Luz en el intelecto, fortaleza en la voluntad.
Guardo silencio. Aquieto mi cuerpo y mi espíritu. Atiendo mi respiración pausada, serena.
Le invoco con fe y amor:
Ven, Espíritu Santo… Ven, Espíritu Santo.
Dios mío, te llamo… Respóndeme.
Lléname de tu gracia…
Derrama tu paz en mi corazón.
En ocasiones, revestimos a María con tantos ropajes que la sentimos lejana de nuestras vidas. Sin embargo, al verla en el Evangelio, se muestra como una mujer extraordinariamente sencilla, inmersa en las actividades propias de su maternidad, a la escucha de la Palabra de Dios, atenta a las necesidades de las gentes. Por eso, ante nuestra Madre, nos sentimos acogidos, escuchados, amados. Ella nos acompaña con su alegría, su luz y su protección.
- Cuando le visitó el ángel, ALÉGRATE fue el primer saludo que escuchó. La alegría es un distintivo propio de María y de las personas que se sienten hijos suyos. Los niños, en su simplicidad, son alegres, no se complican, disfrutan del amor en familia, de la amistad con sus compañeros, de la belleza de la naturaleza… Sin embargo, los adultos, fácilmente nos dejamos llevar de la inquietud en las adversidades; la debilidad ante la enfermedad; o la tristeza ante la pérdida de seres queridos. ¿Cómo estás de alegría?
- Según la tradición, la Virgen del Carmen es la Estrella del Mar. Ella es la patrona de muchas ciudades marítimas, y en el día de su fiesta, es llevada en una barca por los marineros a alta mar, donde lanzan flores en memoria de los que han muerto en sus aguas. En los relatos evangélicos, también vemos a Jesús que en la barca se adentra con los discípulos en el mar, y cuando se levantan las tempestades increpa al viento y ordena al mar: ¡Calla, enmudece! y sobrevino una gran bonanza. (Marc 4, 35-40). En las tempestades de nuestra vida, María brilla como la estrella, que en todo momento guía nuestra barca, y teniéndola presente en nuestro día a día siempre nos sostiene en la esperanza del encuentro con el Salvador. En las tormentas de nuestra vida, cuando se apagan otras luces que nos deslumbran, queremos mirarla a Ella, porque es Consuelo en la aflicción, Fortaleza en la debilidad, Alegría en la tristeza, Vida y Esperanza en la muerte. Mira a María, Invoca a María.
- Cuando contemplamos una imagen de la Virgen del Carmen vemos que en una de sus manos lleva al niño Jesús en esa actitud de mostrarlo y entregárnoslo porque Ella cede siempre todo el protagonismo a su Hijo; y en la otra un escapulario que nos habla del amparo y protección con que Dios reviste a todas las personas que, como María, lo dejan todo en el corazón de Dios. ¡Qué hermoso mirar a María que nos entrega a su Hijo y la misericordia que el Padre derrama de generación en generación! En su camino de fe, aun cuando se vio inmersa en el dolor y la prueba, lejos de ser una persona amargada o triste, se fue convirtiendo en mujer de misericordia, de ternura, de bondad, porque todo lo miraba con los ojos compasivos de Dios. Por eso, cuando invocamos a María, recibimos consuelo, paz, ternura.
Santísima y Purísima Virgen del Carmen, Madre y Maestra de ternura y fortaleza en la presencia de Dios.
Tú eres la estrella luminosa que acompaña en las tempestades de la vida, el Consuelo entrañable que reanima nuestro lastimado corazón.
Ahora es tiempo para el silencio, la quietud, la serenidad; para adentrarnos en nuestro corazón, dejar que fluyan nuestros sentimientos más íntimos, acoger las inspiraciones más secretas de Dios que levantan nuestro ánimo. Atendemos a nuestra respiración. Fijamos la mirada en la imagen de la Virgen del Carmen, en su rostro serenamente alegre; en su escapulario, en el Niño. Toda Ella me habla de bondad, dulzura, cariño.
Invocamos al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo… Ven, Espíritu Santo.
Santa María del Carmen, acompáñame…guíame.
En la tristeza…, mira la Estrella, invoca a María… Ave María.
En la aflicción…, mira la Estrella, invoca a María… Ave María.
En la enfermedad…, mira la Estrella, invoca a María… Ave María.
Revísteme de la misericordia del Padre, de la Alegría de Dios.
Prolongamos nuestra oración con el canto.
CANTO: María, Madre de Jesús, me ofrezco a ti, acógeme.