En nuestra vida, surgen símbolos que expresan experiencias y sentimientos que son fuente de sentido, y que nos abren siempre a nuevos horizontes.
La imagen de la vid y los sarmientos, en su riqueza de matices, nos habla de ese misterio de comunión y unidad entre Jesús y nosotros, en el que somos llamados a caminar.
En la vida, reaparece una y otra vez, “la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros en el corazón, para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas. El camino para devolver esperanza y obrar una renovación es la cercanía, la cultura del encuentro” (FT, 27.30), nos dice el papa Francisco.
En la oración, Jesús viene a nuestra vida, a nuestro corazón, que sabe bien el miedo, que provoca la apertura a los otros, los diferentes, los desconocidos. Él nos pide que nos desprendamos de prejuicios, que dejemos que nos hable, y que toque nuestro corazón. Guardamos silencio.
Le invocamos:
Ven, Señor Jesús… Ven, señor, Jesús.
Atiende mi oración…Escúchame.
Jesús, te busco.
Jesús, creo en ti… Lléname de tu amor.
Jesús hoy no nos dice “Vosotros sois la vid”, sino “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. Jesús se ha encarnado en el corazón del pueblo de Dios, de cada uno de nosotros, y allí, se ha constituido en el nuevo pueblo de Dios.
En la parábola, nos dice: “Yo soy la vid verdadera y el Padre es el labrador” (Jn 15,1). Nos explica que el viñador corta los sarmientos secos y poda aquellos que dan fruto para que den más. De esta forma, Jesús nos enseña el secreto de una vida de oración: Dios nos limpia, purifica nuestro corazón de tanta madera que sólo sirve para ser tirada al fuego, (Ez 15,3-4), y nos da la belleza de un corazón enriquecido en bondad, amor, paz y alegría.
Si nos apoyamos sólo en nuestras capacidades, nuestra vitalidad se reduce al exterior, carece de alma. Sin embargo, cuando nos arraigamos en Jesús le percibimos a Él en el hermano, porque nuestro corazón ve donde se necesita amor y ofrece una atención que humaniza en el respeto de su identidad.
Jesús en persona nos purifica y transforma misteriosamente en sarmientos nuevos que dan el vino bueno. En estos tiempos de tanta adversidad y dificultad, nos sentimos aplastados por una prensa asfixiante, como los racimos de uvas que son exprimidos completamente, pero sabemos que, si permanecemos unidos a Jesús, si le confiamos nuestros sentimientos más íntimos, Él nos convertirá en un vino de solera. Dios sabe trasformar en amor, incluso el agobio de la vida. Lo importante es que permanezcamos en la Vid, en Cristo.
Permanecer en Cristo, significa también permanecer en la Iglesia. En Cristo, todos estamos unidos. En la comunidad, Él nos sostiene y al mismo tiempo, nos ayudamos recíprocamente. Orar sólo es posible unidos a la Iglesia, a cuyas necesidades atiende nuestra oración continua, como dejó escrito san José de Calasanz en su memorial al Cardenal Tonti: “Muy necesario para esa corrupción de costumbres y ese predominio del vicio que reinan en los de educación mala y para las necesidades de la Iglesia a las que se atiende con la oración continua de los niños en el oratorio, por turnos” (n.12)
Cuando educadores y niños oramos juntos, desde un corazón abierto a la presencia de Dios en su Palabra y en la Eucaristía, las relaciones personales se renuevan en la acogida y bendición de cada persona en su singular identidad. En nuestros corazones, circula también esa savia nueva, el Espíritu Santo, que ora en nosotros e inspira los deseos más hermosos a presentar en nuestra intercesión por la humanidad.
“Aunados por el lazo del amor fraterno, se consagrarán con eficacia al servicio de Dios y del prójimo”, nos dejó escrito san José de Calasanz (Constituciones, 171).
En estas palabras, intuimos el aprecio que el Santo sentía por cada uno de sus hermanos. En la medida que fue haciéndose humilde discípulo del Maestro, Dios le hizo comprender que Cristo es el único fundamento y que sólo en Él se puede vivir, orar y trabajar en un mismo espíritu.
Jesús es la vid, y yo soy sarmiento suyo. Hoy, quiero permanecer en Él. Dejar que su savia, su Espíritu, su Palabra, su Presencia sea inspiración de mi vida. Sé que me distraigo, me dispersan muchas inquietudes. Guardo silencio. Sin prisa, me dejo en su corazón. Él me mira con amor, está en mí, conoce mis gozos y desvalimientos. Le ruego que venga a mi familia, mis alumnos, mi comunidad, mi Demarcación, nuestras Escuelas Pías, la Iglesia. Deseo que todos seamos Uno en Él. Ante Él, recuerdo los nombres, los rostros de personas que forman parte de mi racimo. Pido acogerlas, aceptarlas, amarlas, con el corazón de Jesús. Invocamos esa savia que Él nos promete:
Ven, Espíritu Santo… Ven, Espíritu Santo.
Jesús, visita mi viña… Jesús visita nuestra viña…
Jesús, hazme sarmiento de vida… uva prensada en la ofrenda de amor.
Jesús, quiero ser vino bueno…
Jesús, únenos en tu amor…
Jesús, siento tu amor entre nosotros…