Hemos iniciado la Cuaresma, camino que nos lleva hacia Dios. Es un periodo largo, que nos convoca a prepararnos para la Pascua, la nueva vida que Dios nos ha regalado en Cristo. Cada uno de nosotros ha recibido esa vida nueva en nuestro bautismo, que transforma nuestra existencia, incluido el fracaso y la muerte. Cristo, en su camino hacia el Padre, fiel a su voluntad, convierte la muerte en paso hacia la vida nueva, en puerta de entrada en el Reino del Padre.
En nuestra ajetreada vida de cada día, en estos tiempos de dificultad y adversidad, fácilmente sentimos la añoranza de tiempos pasados más confortables y felices, e incluso nos vence la tentación de sentarnos derrotados, a esperar nuestro final, como el profeta Elías, en su marcha por el desierto.
Pero Cristo Resucitado viene en la simplicidad y recta intención de nuestros niños. Ellos nos reclaman, nos cogen de la mano, nos guían en el camino hacia el Padre, con la serena confianza de los pobres de espíritu, y con su mirada inocente detienen nuestros quehaceres para escuchar a Dios e invocar su Espíritu, alma de la vida nueva del Reino.
Canto: Espíritu Santo os lo enseñará todo
El Evangelio nos dice: “El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás”.
El mismo Espíritu que en el día de su bautismo ha derramado en su corazón la bondad del Padre, ahora le empuja al desierto, “tierra árida y sombría, tierra por donde nadie transita y donde nadie fija su morada”, como nos dice el profeta Jeremías (Jer 2,6). En el desierto, Jesús se encuentra consigo mismo, con la Voluntad del Padre y con la vitalidad del Espíritu Santo.
Cuando el silencio y la soledad llegan a nuestra vida, parece que el oído se afina y poco a poco se escuchan las voces de dentro, aturdidas por el ruido: las inquietudes, los temores, las ilusiones y esperanzas. Es oportunidad de verdad y autenticidad. Los muchos pensamientos y emociones que cautivan nuestra atención, van dejando paso al silencio del corazón que escucha el susurro de la Palabra de Dios.
El Espíritu nos insinúa, nos inspira, nos sugiere… El es el Espíritu de la Verdad que desenmascara los engaños de la mentira; el Espíritu vigoroso que nos fortalece en la debilidad y nos sostiene siempre en nuestra vida cotidiana; el Espíritu de la confianza que nos hace sentir la presencia de Dios, todo su amor por nosotros y nos mueve a una amistad alegre, entusiasmada con Dios; el Espíritu que nos hace sentir como niños en brazos del Padre.
Acompañar a Jesús al desierto es dejarnos llevar por su Espíritu, es seguir el camino de Jesús en su “humillación y muerte de cruz” hasta la bienaventuranza de la resurrección, en fidelidad a la voluntad del Padre.
San José de Calasanz escribió en 1646: “Que todos procuren tener el corazón dirigido hacia Dios bendito para cumplir su Santísima voluntad.” Tener un corazón dirigido a Dios, es “recorrer el camino de la Cuaresma», como nos dice el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma, bajo la luz de la Resurrección que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo”
Ahora dejamos que el silencio llene nuestro corazón. Atendemos nuestra respiración sin prisa. Si los pensamientos nos aturden esperamos pacientemente. No hay prisa. Invocamos al Espíritu de Dios: ven Jesús… ven Jesús… ven, envíame tu Espíritu …
Jesús, yo creo que estás aquí,
Jesús, Hijo del Dios vivo, Tú eres mi esperanza
Tu mirada penetra mi corazón…
Me regalas tu paz,
alivias mi cansancio
Espíritu Santo visita mi corazón,
acalla mis voces interiores…
silencia mis temores…
ilumíname con tu Verdad
fortaléceme con tu esperanza,
lléname de tu amor…
Jesús estoy aquí dejándome mirar por ti…