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Cuando el espíritu nos lleva de la mano, cuando su aliento mueve nuestro corazón, el amor fraterno se encarna en nuestras relaciones.

«Para que todos sean uno» (Juan 17,21), es la oración que Jesús dirige al Padre en todo momento. Guardemos silencio. En este momento de nuestra jornada, dejemos que el Espíritu inspire nuestro espíritu. Dejemos que susurre en nuestro interior su voz suave y delicada. Que sea luz para reconocer en cada hermano nuestro, su rostro misericordioso.

Invocamos al espíritu:

Rey celestial, Consolador,

Espíritu de Verdad

que estás presente en todo

y lo llenas todo,

tesoro de gracia y fuente de vida,

ven, y haz de nosotros tu morada,

purifícanos de toda mancha

y salva nuestras almas,

Tú que eres bueno,

y amigo de los hombres.

A sus 56 años, Calasanz se sentía mayor, la estabilidad de sus colaboradores era débil. En consecuencia, el futuro de sus escuelas le preocupaba seriamente. Había intentado encomendarla a la cofradía de la Doctrina Cristiana, pero había fracasado. Ahora, entra en contacto con la Congregación de Lucca con la misma intención. Dicha Congregación pretendía que la buena fama de las Escuelas Pías ayudara a elevarla a Orden Religiosa. El Papa Pablo V unió ambas congregaciones en 1614.

Pero las cosas no marchaban bien. El número de alumnos disminuyó debido a que los luqueses no los atendían. Al mismo tiempo, se quejaban del estado de pobreza en que vivían. Se realizaron intentos de conciliación que no contentaban a nadie. Por segunda vez, Calasanz había fracasado en su intento de encomendar sus escuelas a un grupo estable. A sus 60 años, Calasanz asume la responsabilidad de alumbrar una nueva Congregación de la que será su padre indiscutible.

El 6 de marzo de 1617, Pablo V firmaba el Breve Ad ea per quae. Era el acta de nacimiento oficial de la Congregación Paulina de las Escuelas Pías, en la que se recogían los rasgos de identidad de la nueva Congregación.

El 25 de marzo de 1617 vistieron el hábito de la Congregación los primeros escolapios. En 1621, el Papa Gregorio XV firma el Breve por el que queda instituida en la Iglesia la Orden Religiosa de los Clérigos regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.

Aunados por el lazo del amor fraterno, se consagrarán con mayor eficacia al servicio de Dios y del prójimo” (Constituciones, 171).

Estas palabras tomadas de las Constituciones que Calasanz escribió en Narni, denotan la gran sensibilidad de Calasanz en el cuidado de las relaciones personales. Pronto se dio cuenta de que no bastaba con trabajar denodadamente por los niños. Él solo, y a su edad, no podía con todo. No era la aventura de un superlíder lo que Dios le pedía. Era el servicio amoroso de quien se sabe cautivado por la obra de Dios, y que veía a otros cristianos vincularse a la tarea. Dios le hizo comprender, en la comunicación viva con sus íntimos colaboradores, que las fuerzas se avivan y los desánimos se relativizan, cuando no sólo se trabaja juntos, sino que, además, se vive y se ora en un mismo espíritu.

En el camino de Calasanz, Dios se mostró en los niños pobres del Trastévere Romano, pero volvió a aparecer años más tarde, suscitando una Congregación/ Comunidad que se reuniera en el nombre del Señor Jesús que envía a los niños y los pobres.

Contemplar en profundidad el don de las Escuelas Pías nos remite al Espíritu de Jesús que congrega toda comunidad. Aun reconociendo nuestros egoísmos y limitaciones, nuestras dificultades para asumir nuestras diferencias, el Espíritu de Jesús inspira actitudes de amor. Este amor provoca que cada uno, joven, adulto o anciano; europeo, americano, africano o asiático, descubre en el otro un regalo de Dios. Ese otro no es un número, ni un contrincante, ni alguien a quien utilizo para realizar los propios proyectos. Es ese mismo amor el que en las diferencias nos hace confiar en el otro y respetarlo, aceptarlo como es, pues el amor de Jesús es capaz de iluminar la relación personal y hacer que el otro sea en verdad un hermano, presencia del amor de Dios entre nosotros.

Nuestro Santo Padre mostró su rostro más humano y entrañable con los hermanos débiles enfermos. Su caridad alcanzó grados heroicos con los hermanos que le condujeron por el camino de la crucifixión. Su palabra y ejemplo interpelan a los que se sienten llamados a vincularse a la familia escolapia.

Dejemos ahora que su persona sea inspiración en nuestra oración. Más allá de nuestros proyectos, escuchar, acoger y acompañar a los hermanos es fruto del Espíritu de Dios presente en nuestros corazones. Quien dedica tiempo a escuchar al Espíritu en la oración, también ofrece su tiempo y afecto a sus hermanos.

Dedicamos ahora unos minutos al Espíritu. Le rogamos que visite nuestro corazón, nuestra comunidad, nuestra demarcación, nuestra Orden. Desgranamos los nombres de nuestros hermanos ante la mirada compasiva de Jesús… Ven, Espíritu Santo… Ven, Espíritu de amor… Ven, y une nuestras diferencias… Ven, y sana nuestras heridas… Ven, y acompaña a quien se siente solo… Ven, y sana a los enfermos… Ven, y alegra a los tristes… Jesús, creo que estás aquí… siento tu presencia entre nosotros… Jesús únenos en tu amor.

Y nos dejamos acompañar por el canto.