Sorprende el misterio del Amor, Vida y Alegría que nos revela Jesús. Antes que nos demos cuenta, Dios ya tiene sus brazos abiertos para acogernos.
El Padre ha hecho grandes acciones por nosotros:
Ha creado el cielo, iluminado por el sol radiante en el día; y por la luna y las estrellas en la noche.
Te digo:
¡Qué grande y admirable eres en toda la tierra!
Embellece con las nubes el cielo azul, que derraman su lluvia en nuestra tierra, que gracias al agua y la luz del sol germina árboles altos y frondosos, flores de todos los colores, frutos muy sabrosos.
Te digo:
¡Qué grande y admirable eres en toda la tierra!
Llena de muchos animales, pequeños y grandes, la Naturaleza convirtiéndola en una casa compartida para todos ellos.
Te digo:
¡Qué grande y admirable eres en toda la tierra!
Ha creado cada persona, nos ha regalado un cuerpo y un espíritu, único e irrepetible, que nos hace sentir amados y elegidos. Por eso, cuando me miro, me escucho, cuando siento mi cuerpo…
Te digo:
¡Qué grande y admirable eres en toda la tierra!
Pero aún hay algo más hermoso: Cada vez que me siento sin prisa, cierro mis ojos, guardo silencio, llamo con insistencia a Jesús y a su Espíritu para que venga, entonces siento que Dios llena mi corazón, su paz, alegría, confianza y esperanza me serenan y mi atención se centra en su presencia.
Jesús, el Hijo de Dios, nos ha revelado la compasión del Padre, en la humildad de su amor, naciendo niño pobre y humilde, en Belén, muriendo pequeño y obediente en la cruz , resucitado y presente en nuestras vidas, ofreciéndonos así la salvación.
Te digo:
¡Qué grande y admirable eres en toda la tierra!
El Espíritu Santo, dulce huésped de nuestras almas, nos visita continuamente con su Gracia, nos llena de sus dones, nos fecunda sus frutos, y enciende en nuestros corazones el fuego de su amor, santificando nuestras vidas. Su presencia me enriquece, me hace capaz de acogerle en mi pequeño corazón, de escuchar y guardar sus palabras, de expresarle mi agradecimiento y alabanza, de mirar a los compañeros, los amigos, los papás y los hermanos como Él los mira. Así, confío al corazón de Dios, todas las personas, que Él ha creado por amor.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos han mostrado en María Virgen, una digna morada donde habitar. Ella, en su confianza filial, su donación maternal y su fidelidad esponsal, nos enseña el camino para acoger a Dios en nosotros.
Y de todo corazón le repito pausadamente en mi interior:
¡Qué grande y admirable eres en todas tus obras, Oh Santa Trinidad!
Y dejo que el canto, acompañe mi alabanza y acción de gracias a la Santa Trinidad:
Canto Salmo 8