Seleccionar página

En muchas entradas de nuestras obras educativas, una imagen de la Bienaventurada Virgen María, preferentemente la Madre de Dios de la Escuelas Pías, acoge cada mañana a cada uno de nuestros niños, y los despide al finalizar la jornada escolar. Asimismo, en nuestras aulas, junto al crucifijo y a Nuestro Santo Padre José de Calasanz, Ella acompaña la vida y actividad de cada día. Santa María nos acoge, nos acompaña, nos despide en una presencia amorosa y silenciosa que siempre nos convoca al corazón, donde maduran los sentimientos y convicciones que permitirán un feliz desarrollo de la vida de cada niño. Así, Ella permanece viva junto a nosotros, trasparentando la obra que Dios ha hecho en su corazón: Esposa del Espíritu Santo.

Guardamos silencio. Atendemos nuestra respiración. Invocamos al Espíritu:

Ven, Espíritu Santo… Ven Espíritu Santo

Me vuelvo hacia ti…

Te llamo…

Te invoco…

En los relatos del Antiguo Testamento, Dios por medio de su Espíritu estuvo siempre presente:

  • En el principio, en el caos y confusión del abismo, el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas.
  • En la salida de Egipto, Dios no se apartó de su pueblo, les guiaba en el día, con una columna de nube, y en la noche con una columna de fuego para alumbrarlos. (Ex 13, 21-22).
  • Cuando Moisés subió al monte para recibir la ley de la alianza, la gloria de Dios descansó sobre el monte Sinaí, como nube en el día y fuego en la noche.
  • En el camino por el desierto, cada vez que Moisés entraba en la tienda del encuentro, bajaba la columna de nube, donde Moisés hablaba con el Señor cara a cara, como habla un hombre con su amigo. (Ex 33, 7-11). Sin embargo, el pueblo se hizo un dios a su medida, en su pecado, rechazó al Dios que lo había liberado de Egipto.
  • Por medio de los profetas, Dios anunció una nueva Alianza, no como la que hizo a los padres en Egipto: “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yahveh.”, nos anuncia el Profeta Oseas ( Os 2, 21-22)

Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios encontró en María una hermosa Virgen capaz de una relación nueva con Dios. Por medio del ángel Gabriel le anunció:

Alégrate, llena de gracia…

El espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra…

María quedó llena del Espíritu Santo.

En el seno de la Trinidad, Él es el lazo de amor, que une eternamente la donación del Padre y la acogida del Hijo, y a través de Él con la humanidad redimida, en un diálogo inagotable de caridad, reconciliando la voluntad del Padre en la cruz de Cristo con toda la humanidad. El Espíritu hizo a María hija “acogedora” del Padre, en su hágase a su voluntad; El Paráclito la hizo Madre en una donación generosa y gratuita al Hijo; y la hizo Esposa porque en Él, la Virgen Madre es fecundidad y acogida en Nazaret; vínculo que une el cielo y la tierra en Belén; pura trasparencia en el discipulado del Hijo; fidelidad sacerdotal en el calvario, y don de amor y unidad en Pentecostés.

María es el icono puro del Espíritu Santo, imagen fiel y radiante de la obra de unidad que realiza el Espíritu en la vida de los hombres. En el silencio orante, guarda todos los acontecimientos en su corazón y los medita en el amor a su Hijo (Lc 2, 19); permanece siempre atenta a nuestras necesidades, las lleva a su Hijo y a nosotros nos sugiere: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,1-5); escucha con atención las palabas de su Hijo y las encarna en su propia vida (Lc 8,21); en la cruz, permanece en pie en la fidelidad esponsal de su ofrenda sacerdotal (Jn 19,25-27); en Pentecostés acompaña a la iglesia naciente en la acogida del Espíritu que vincula en la unidad e impulsa al anuncio. (Hch 1,12)

Santa María nos acompaña en muchos espacios de nuestra actividad escolar, pero ocupa un lugar preferente en todas nuestras iglesias y capillas. Ella, Madre y Maestra, espera allí a cada grupo de niños, y en ese juego de miradas, silencios y palabras, Ella siembra en sus corazones su semilla más auténtica: la gracia del Espíritu.

Cada vez que un niño se recoge en su interior, María le guía en su apertura trasparente al Espíritu que encuentra allí una digna morada. Cuando escuchamos y reflexionamos la Palabra divina, Ella nos lleva amistosamente ante su Hijo y nos sugiere: “Haced lo que Él os diga”. Cuando nos vemos sometidos a la dificultad y a la diversidad, la Madre de la Misericordia y de la Esperanza nos enseña a mirar las estrellas de su corona, triunfo ante el mal y el pecado. En la inquietud y turbación de tantas tareas urgentes, la Madre del silencio nos centra en la única necesaria. En la fraternidad compartida, en Ella, Causa de nuestra Alegría, comprendemos que la atención, la delicadeza en el trato es el camino de la gozosa bienaventuranza.

Nuestra amada Virgen de las Escuelas Pías nos acompaña en este día. Ella nos ama, desea encontrar en nuestro corazón su mismo silencio, escucha, sinceridad. María tiene con el Espíritu Santo, el trato íntimo de una esposa. Ella nunca se cansa de nuestras importunidades en palabras de san José de Calasanz.

Guardamos silencio. Atendemos nuestra respiración. Dejamos que nos abandonen los pensamientos y recuerdos que nos dispersan. Invocamos al Espíritu: Ven, Espíritu Santo… Ven Espíritu Santo…

 

Hija del Padre, Ayúdanos a ser Hijos…

enséñanos a cuidar de los hijos que nos confías.

Madre del Hijo,

enséñanos la sabiduría de la fecundidad en nuestro educar a los niños

Esposa del Espíritu,

llénanos de amor ardiente y alegre…

para sembrar tu Reino en la unidad y la paz.

Reina de las Escuelas Pías, ruega por nosotros

CANTO:

Virgen de las Escuelas Pías,

te presento mi pequeña vida;

Acógeme, protégeme,

y en tus brazos de madre llévame.

Acógeme, protégeme,

y por siempre bendíceme.

Virgen de las Escuelas Pías.