La Cuaresma es un tiempo para crecer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros. (Cfr. Jn 14,23), nos dice el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma.
Llevamos ya un largo recorrido en el camino hacia la Pascua. Han sido muchas las oportunidades que Dios nos ha ofrecido para escucharle y acogerlo en nuestro interior. Saborear su presencia nos hace exclamar junto a aquellos griegos del Evangelio: “Queremos ver a Jesús”.
En este clamor, descubrimos la sed de ver y conocer a Cristo que experimenta el corazón de todo hombre. Junto con los niños, aprendemos que la sencillez de un encuentro que lo abandona todo en Él es el mejor camino para verle.
Con toda humildad y confianza guardamos silencio. Atendemos nuestra respiración. Evitamos el movimiento del cuerpo, de la vista, la dispersión de las imágenes. Jesús está en ti. Cuando lleguen recuerdos, déjalos marchar y pon tu atención en tu respiración. Concéntrate en ella. Invocamos a Jesús:
Ven, Señor Jesús… Ven, Señor Jesús… Ven, Señor Jesús.
Envíame tu Espíritu… Espíritu Santo, ven.
Quiero verte, Jesús….
Quiero ver tu rostro…
CANTO:
Sólo Tú, Señor mi fuente.
Sólo de ti he de beber.
Tú, Jesús, siempre mi fuente.
Tú, saciarás mi sed.
Ya están muy próximos los días de la pasión del Señor. Este próximo domingo le aclamaremos en su entrada triunfal en Jerusalén. Es como si la Iglesia nos impulsara a compartir el estado de ánimo de Jesús, no como espectadores ajenos, sino como protagonistas juntamente con Él. Nosotros, discípulos de Jesús, queremos seguirle en el momento del conflicto, del combate porque le amamos y queremos participar de su triunfo sobre la muerte.
Jesús mismo nos acompaña como el buen maestro y nos explica cómo poder seguir su camino. Lo hace con una imagen muy bella y sugestiva: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto.” (Jn 12,24).
Se identifica a sí mismo con un grano de trigo deshecho para dar mucho fruto. En ocasiones, sentimos la necesidad de un Dios que se encarne, que comparta nuestro dolores y turbaciones. Ante su silencio, en ocasiones, perdemos la paz y la esperanza. Pero Dios, en su muerte y resurrección, nos proclama que la Vida triunfa sobre la muerte; la Verdad sobre la mentira; y la alegría sobre la tristeza.
Este es el camino de cruz que Jesús indica a todos sus discípulos. No hay alternativa para el cristiano que quiera seguirle. Es la lógica de la cruz descrita en la imagen del grano de trigo que muere para germinar en una nueva vida.
En 1645, san José de Calasanz escribe: “rogaré al señor que le dé en particular la verdadera luz para conocer la verdad de las cosas invisibles, que Dios tiene preparadas para los que le imiten en su santísima Pasión, pues mediante ella llegarán al conocimiento y amor de tales cosas. Dios suele hacer esa gracia a los humildes, y cuanto más se rebaje uno en el conocimiento de sí mismo, tanto más le exaltará Dios en el conocimiento de las cosas invisibles” (EP 4392)
Imitar al Señor en su pasión, es algo muy simple, posible para los pobres de espíritu, en la vida de cada día. Como nos dice El papa Francisco, en su mensaje de cuaresma: “es suficiente con ser “una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia.”
Morir como un grano de trigo, en la cruz de cada día es un regalo del cielo, reservado para los humildes que se rebajan en su propio conocimiento. En la oración, en su silencio, emerge mi verdad. En mi verdad, Jesús me abre la puerta de su reino eterno. Abájame para entrar por tu estrecha puerta. Dejo mi protagonismo, me ocupo ahora de Dios, y le ruego que Él se ocupe de mis cosas. Dejo espacio al silencio. Atiendo mi respiración. Le invoco:
Ven, Señor Jesús… Ven, Señor Jesús…
Ven, envíame tu Espíritu… Ven, envíame tu Espíritu.
Jesús, yo creo que estás aquí…
Jesús, creo que me miras… que me amas…
Jesús, deseo verte… conocerte…amarte
Jesús, quiero seguir tus pasos… Sólo no puedo…
Siento miedo al dolor… a la soledad… a la muerte…
Jesús, quiero acompañarte en tu cruz
Jesús, quiero darme en amor
Jesús, quiero entregarme en servicio
CANTO:
Jesús, quiero ser tu amigo,
mirarte, adorarte y ofrecerte mi corazón.